Heinrich Barth empezó en el mundo de la exploración casi como un personaje secundario, pero al cabo de su primera expedición ya era un consumado viajero, explorador y aventurero.
Lo que le sucedió a este científico de origen alemán fue algo poco común porque usualmente las personas que tienen la fortuna de participar de una auténtica expedición por primera vez no adquieren de forma inmediata todos los conocimientos y la experiencia que los calificarían para convertirse en un gurú de la exploración y la supervivencia. Pero cinco cosas se conjugaron para que Barth tuviera una especie de curso acelerado en la materia:

Un aislamiento muy prolongado de la civilización, dado que la expedición de la que tomó parte desapareció del mapa, literalmente, por alrededor de cinco años. Una exposición diaria a la naturaleza de estas características ciertamente le sirvió de escuela.

Su instrucción académica y científica, lo que le otorgó más recursos intelectuales para enfrentar situaciones complicadas.

El hecho de que quedó al mando de la expedición tras la desaparición de su líder.

Un indudable talento natural para la profesión del explorador.

La exposición a situaciones de supervivencia.
Particularmente en este último caso, Herrn Barth pudo aprender mucho de los errores que cometió tempranamente, en los primeros tiempos de la expedición al áfrica de la que tomó parte, y uno de esos errores fue ascender en solitario, sin acompañante al Monte Idinen. Tras extraviarse, Barth tuvo que beber su propia sangre.
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